EL LUGAR DONDE CADA CAMPEÓN TIENE SU ESPACIO
Les aseguro que conmueve. Emociona. Devuelve recuerdos que en algún lado de la mente tenemos.
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Son varios sentimientos que afloran cuando uno ingresa al Museo del TC y encuentra la historia viva de la categoría más importante de Argentina y la más añeja en el mundo.
Están los autos campeones, los que marcaron el rumbo del TC, ahí, prolijamente ordenados, impecables en su presentación y en condiciones de ser puestos en marcha, con sus motores y elementos mecánicos originales, mantenidos por un equipo de profesionales que los cuidan como si fuesen sus propios hijos.
Entonces cobran vida esos recuerdos que les comentaba. Son incontables algunas hazañas que estas moles realizaron manejadas por héroes con nombre y apellido. Autos campeones, gestas memorables, carreras emocionantes.
Están lo Ford imbatibles de Juan y Oscar Gálvez. ¿Sabían ustedes que en el periodo 1947/1958 todos pero todos los campeonatos fueron ganados por los hermanos más famosos del TC?
Y aparecen los recuerdos de un tal Juan Manuel Fangio que fue rey en en el TC obteniendo los títulos 1940/1941 antes de ser el rey del mundo en la F1 de los 50.
Hay autos icónicos, como el legendario 7 de oro del Toro Mouras. La Chevy dorada, pintada con la publicidad del whisky Old Smugler de aquellos años, que ganó seis carreras seguidas en 1976, con el número 7 en sus puertas, y que no fue campeón por esas cosas que tienen las carreras de autos.
O el Torino que la ACTC llevó a la Antártida; o el recordado verde de Johnny De Benedictis; y el Torino que patinó en una mancha de aceite y le impidió a Pechito López romper una sequia de 38 años sin títulos para la marca y ser campeón del TC y único ganador de la triple corona en Argentina, cetro que sigue vacante; los Chevrolet de Guillermo Ortelli; las naranjas mecánicas del Pincho Castellano; los Ford del Gurí Martínez. En fin, tantos pero tantos autos que escribir la historia de cada uno podrían llevarnos un libro de los gordos en páginas y recuerdos.
El Museo del TC es fruto de mucho trabajo y seguimiento de autos que en muchos casos han estado tirados, abandonados y requirieron de auténticos artesanos que les devolvieron sus formas originales, ganadoras y campeonas.
No quiero ni puedo, por razones de espacio, detallar cada una de las maquinas que reposan en el Museo pero los invito a que vayan y vean, y disfruten de la misma manera que lo hacemos quienes llevamos marcado a fuego el camino del TC desde aquel lejano 1937 a este presente que compartimos y vivimos.
He visto y recorrido varios museos temáticos en el mundo. Este, el del TC, es distinto y especial. No son fierros expuestos y nada más. Son fierros con vida propia. Funcionan. Arrancan. Y salen a pista cada tanto en distintos autódromos del país.
Sesenta, pueden ser más, son los que están esperando que ustedes los visiten.
Créanme que vale la pena.
Texto: Eduardo Ruiz.
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